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Durante el transcurso de este proyecto, sentí una gran presión.

 

Desde el inicio supe que no era un trabajo cualquiera, cuya importancia iba más allá de una simple calificación. Era algo que debía salir bien, no solo por el resultado final, sino por el esfuerzo, el tiempo y el aprendizaje que implicaba.

Los tiempos no siempre jugaron a favor. Organizar cada etapa, cumplir con los plazos y coordinar con los demás resultó ser un verdadero reto. Sin embargo, a parte de las complicaciones y del estrés que en ocasiones sentí, siempre había algo nuevo que aprender. Cada avance, cada obstáculo y cada corrección representaba una oportunidad para fortalecer mis conocimientos en esta área. Incluso en los momentos de mayor frustración, el proceso me enseñaba algo que podía aplicar más adelante.

Me di cuenta también de que me cuesta soltar el rol de liderazgo. No porque quiera controlar todo, sino porque realmente me importa que las cosas salgan bien. Me esfuerzo por cuidar los detalles, por motivar al equipo, por mantener la visión clara.

Pero ser líder no es sencillo: implica tomar decisiones difíciles, asumir responsabilidades y, muchas veces, cargar con el peso de que todo funcione.

Al final, más allá del producto terminado, lo que valoro es lo que el proyecto me dejó como persona y como estudiante. Fue una experiencia que me retó, pero también me hizo crecer.

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